MI GURU
Quién ha elegido el camino del Yoga, ha elegido el camino correcto.
Comencé a transitarlo cuando el Señor dispuso que conociera a mi Guru, sea bendecida con sus enseñanzas y gozara de su compañía.
¿Cómo plasmar en palabras la Esencia Divina que fluía de él?
Su transparencia hacia la Luz era tan natural que toda su presencia era sublime. Su voz cálida, armoniosa, vibrando saturada de divinidad al cantar “OM”.
Todas sus enseñanzas fueron transmitidas con una sutileza tan fina y delicada que llegaron a lo más profundo de mi corazón sembrando conocimientos superiores, inundándolo de gozo, percibiendo con deslumbramiento la revelación de la Verdad.
Mi Maestro no ha partido; su presencia es tan real como siempre lo fue. Su palabra sabia y elocuente, amonestadora si era preciso, jamás ausente.
Así, todas las vivencias se suceden sin interrupción, pues en cada una de ellas está una enseñanza, una guía. Así, mi Guru ilumina el verdadero camino; es algo que se experimenta con real convicción y la Verdad estalla.
Ante cualquier situación, su majestuosa presencia es una divina compañía incansable, siempre dispuesto, con una bondad exquisita. Con temple imperturbable nimbado de candor angélico.
Acudir a él era encontrar sosiego, la palabra justa, la respuesta correcta, el rumbo seguro. Su sabiduría insondable llegaba aún en sus silencios.
¡Cuánta alegría transmitía! Contagiaba esa felicidad que bailaba en sus ojos; ojos que todo lo penetraban.
Así comprendí ante sus primeras enseñanzas, ante una sola palabra, un solo gesto o ademán, ante esa mirada oceánica, que todo ello constituía la entrega de un testimonio auténtico que debía llevar a la práctica, ante tamaña actitud, fielmente, en forma simultánea e ininterrumpida ese caudal arrollador de vida que me proporcionaba felicidad, un gozo indescriptible, la observancia de una disciplina que absorbí totalmente, captando cuán importante era para el desarrollo espiritual.
Nada fue impuesto, todo era disfrutar sin temores, sin dudas, experimentando una desconocida fortaleza y templanza. Podía soportar la incomprensión porque todo lo comprendía. Comencé a vivir nuevos tiempos sin ataduras, en una libertad desconocida.
Conocer al fin quién soy, despejar la ignorancia, liberarme de una dependencia y esclavitud insoportables.
En meditación, aún me inquiero: ¿es posible ser merecedora de tanta gracia? ¿Un cielo sin nubes, claro y diáfano?
Sí, porque sólo hay una Luz, una Luz que todo lo penetra. Esa Luz que vislumbré porque su amor divino lo permitió: la Conciencia Divina, la PAZ.
Ya no hay palabras, todo es un pensamiento. Cuando todo converge al Único, al Absoluto, desaparecen las formas y sólo se percibe la Divina Esencia.
Antes de recibir la bendición de mi Maestro, todo era obscuridad y sufrimiento. Sólo su Realización Divina permitió el surgimiento de mi alma, ignorada hasta entonces.
Ya todo es goce, deleite, disfrute. Pues estaba ante un Ser poseedor de los divinos atributos del Señor Shiva. Ausente máyá, todo es infinitud.
Así lo intuí desde el instante en que llegué a este bendito ashrama; allí encontraría a mi Padre Celestial en la tierra, me inclinaría reverente ante sus sagrados pies de loto.
No vemos su forma, está su espíritu, y consustanciado con él, transitando sin interrupción el camino de la Verdad, con idéntica entrega, bondad y desvelo, el camino del Yoga que una vez vislumbrado conducirá a la meta divina.
Se yergue con igual majestad la Madre Divina, ese aspecto de la Conciencia Divina encarnado en Shuchitá Maháyoguiní.
Abrí mi corazón, pero la voz humana es imperfecta, sólo pronunciada en idioma sánscrito podría expresar aproximadamente el alcance de lo Único, lo Imperecedero, y encarnarse a través de nuestro único ojo, el Infinito.
La guía de mi Maestro es eterna. En todo nuestro ser siempre vibrará OM, el mantra sagrado.
Sukritá