Mi primer encuentro:
(Una demostración de la Omnipresencia del Maestro)

De pequeño era un ser muy espiritual, lleno de devoción, algo solitario, me gustaba reflexionar sobre la muerte y el tiempo, me preguntaba: el porqué del cuerpo, del nacimiento en esta época, en esta ciudad y con estos padres, quería saber a qué se debía la diferencia entre las personas en sus dones, talentos y oportunidades socioeconómicas.
En mis ruegos constantes y hasta con lágrimas que recorrían mis mejillas  le suplicaba a Dios encontrar  a un Maestro para que me instruyera al respecto y así alcanzar la Verdad, lo concebía con  barba y cabellos blancos, en ese entonces tenía tan sólo 9 o 10 años.
Sin saber porqué, todo lo referente a Oriente me llamaba poderosamente la atención. Esto se oponía a mi formación Cristiana creándome grandes dificultades y un estado continuo de búsqueda.
Una tarde, volviendo a mi casa, observé un panfleto pegado en la vidriera de un negocio y allí estaba, era Él, un hombre cuyo aspecto encerraba la sabiduría, de cabellos largos  y barba tupida,  era un Yogui.
De inmediato intuí que era  a quien estaba buscando, llegué a mi casa y con gran júbilo le dije a mi  madre “voy a comenzar Yoga”,  ella estaba con una señora conocida de la familia, quien me preguntó, “¿dónde?”. Al responderle de forma inmediata,  ella repuso “yo lo conozco,  mañana te lo presento”. Y así,  al día siguiente fuimos a conocerlo.
Me condujo hasta un lugar cerca del centro,  al frente,  un portón de color celeste era el acceso,  traspasándolo continuaba un pasillo ancho y bastante largo hasta llegar a un gran salón en el corazón de la manzana.
La paz y la tranquilidad reinante en ese lugar, fueron percibidas de forma inmediata por mí, había algo de sagrado,  fuimos atendidos por quien tiempo después supe que era su Esposa y Discípula más virtuosa, yo cariñosamente le digo Matá (madre) Shuchitá Mahayoguiní. En su aspecto se observaba pureza y belleza interior,  nos pidió que aguardáramos un momento, pronto nos  atendería.
Luego de un breve tiempo apareció, su calidez humana, su porte imponente, su mirada profunda revelaba al Insondable,  hasta ese entonces no había conocido un ser tan especial como Él, en esa época tenía yo 16 años.
Como sabiendo que en mi mente había un mundo de preguntas sin respuestas, en especial sobre la vida y enseñanza de Jesús de Nazaret, sin que yo preguntara comenzó a hablarme de ello, en un pequeño lapso de tiempo comprendí todo lo que me estaba atormentando desde hacia varios años.
Me instruyó sobre algunos pormenores de la vida de Jesús, el Cristo, de sus enseñanzas, de los hechos históricos, esta fue la primera y última vez que lo escuché hablar de ello, seguramente había captado  por dónde pasaban mis necesidades espirituales  en ese momento.

Oh!!!,  gran Maestro Omnipresente, disipador de dudas, siempre con la palabra justa y un estado de Felicidad permanente, querías con tu presencia  transmitirnos que la tristeza es una especie de ofensa a la naturaleza del espíritu que es en sí misma bienaventuranza.
Él nos decía frente a toda adversidad,  una y otra vez “estén contentos, estén satisfechos”, en sánscrito “Santosha, Santosha”.
Pongo a Tus pies, Shrí Shrí Shrí Pávanaji Yoguiraya, las flores de mi devoción.
OM,OM,OM.
Ananta